jueves, 30 de diciembre de 2010

Absuelven a peón rural acusado de matar a un puestero en Fuentes

El puestero de la estancia “La Caridad” llamó por teléfono a la comisaría de Fuentes y avisó que al volver a su lugar de trabajo encontró a un peón de ese campo, Pablo Ramón López, tirado en el piso inmóvil, con la cabeza ensangrentada, en apariencia sin vida. Ese fue el inicio de un camino que lo colocó a él mismo como sospechoso, lo mantuvo en prisión un tiempo y le valió un procesamiento por homicidio con destino de perpetua. Sin embargo los elementos para acusarlo no convencieron al juez de Sentencia, que dos años después lo absolvió.
   Quien ahora quedó libre del cargo de asesinato es Damián Herrera, de 37 años. Fue él quien rato después de la llamada llevó a los policías hasta donde estaba el muerto. Pablo López vestía alpargatas azules, pantalón verde tipo bombacha, chaleco de lana negro y pañuelo de seda verde al cuello. Yacía tumbado boca abajo en un charco de sangre. Un cuchillo con vaina asomaba en la cintura junto a una rastra de cuero negra con hebilla. El caballo del finado, con el recado puesto, estaba a su lado.
   Era el 23 de septiembre de 2008. Antes de quedar preso, Herrera contó que ese día tomó mates con López a las 7.45 de la mañana. Dijo que luego se fue en su camioneta hacia Pueblo Muñoz y que al irse vio a su compañero a caballo, arreando la hacienda. Aseguró que al volver, a las 16, encontró a López ensangrentado en el piso, con su caballo ensillado al lado y las riendas colgando. A un costado habían saltado los anteojos del muerto, salpicados con gotas de sangre seca. La autopsia probó que le habían disparado dos tiros a la cabeza.

Sin enemigos. ¿Quién podría haber atacado a ese hombre soltero, sin familia, que trabajaba como puestero cuando alguno de los peones se iba de licencia? Definido como un tipo manso, de pocas palabras e inclinado a la bebida, a López no se le conocía ninguna enemistad. Por eso cuando Herrera fue imputado por el hecho hubo sorpresa: los demás trabajadores reconocían buena relación entre ambos.
   Al cabo de las declaraciones surgió que Herrera era un hombre de carácter bravo, irritable. Era aficionado al tiro y tenía tres escopetas. Un testimonio significativo lo aportó el dueño de la estancia, que señaló que, al agrupar hacienda para vacunarla advirtió que faltaban 24 novillos. La novedad era significativa porque difícilmente podría no haber sido advertida por Herrera, lo que para él lo convertía en sospechoso. El día de la muerte de López, dijo el dueño, las tranqueras internas estaban abiertas y eso era inusual.
   Un sobrino de López declaró que una vecina, al volver del velorio, deslizó una sospecha hacia Herrera: sostuvo que su marido le dijo que Herrera “se mandó la cagada de su vida” y que habría ultimado al puestero debido a que éste se enteró de supuestos manejos turbios en el campo. Los investigadores vincularon esto al faltante de hacienda del día anterior y a la muerte de López. Finalmente el autor del comentario, en el juicio negó haberlo hecho.

Acusaciones. Otros testimonios obraron en cascada contra Herrera: lo señalaban por dejar en forma recurrente deudas impagas y lo trataban de “mentiroso”. Un jefe policial recordó su “llanto infantil y carente de lágrima” cuando les mostró el cuerpo del puestero asesinado.
   Al ser acusado Herrera negó rotundamente relación con el crimen. Describió lo que hizo durante todo el día y varias cosas pudieron ser verificadas. Otras no. Dijo que fue a Acebal junto a su mujer para comprar pañales para su hija, que estuvo en un taller mecánico y que cargó combustible en un surtidor. También adujo que compró comida en un maxiquiosco. Su esposa Lorena dio un testimonio por entero coincidente. Agregó además que vivía de lo que cobraba de puestero y de compraventa de lechones.
   La fiscal del caso acusó a Herrera de haber robado el ganado faltante en la estancia y matado a López posteriormente porque éste lo había descubierto. Por esta razón la jueza Silvia Nogueras lo procesó.
   Pero al valorar todo el hecho el juez José Luis Mascali señaló que no había ninguna prueba directa de que Herrera hubiera sido autor del asesinato. Para condenar hace falta certeza y el juez señaló que ni testigos ni rastros probaron que el acusado hubiera estado en la escena del crimen. Tampoco se probó certeramente que haya salido de Acebal, donde hay testigos que señalan que estuvo, para ejecutar a López en Fuentes.
   Lo que sí dio por hecho el juez es que Herrera robó los animales del estanciero y por eso lo condenó a cuatro años de prisión. El juez Mascali admite que a López lo mataron con balas de calibre compatible con las que dispara una carabina hallada en casa del acusado. Y también que ese día hay un “tiempo muerto” de dos horas donde Herrera no puede demostrar que estuvo haciendo. No obstante nada prueba que en ese lapso mató a su compañero. Una mera probabilidad no alcanza para condenar a alguien. Por el crimen no hay ningún otro acusado.

"Tiempo muerto"

En la sentencia el juez Mascali hace un análisis de lo que hizo Damián Herrera todo el día del crimen. Revela que hay un “tiempo muerto” de dos horas donde no se establece donde está. Pero si en ese lapso “fue hacia la estancia, mató a López y volvió a Acebal, el estado a través de los innumerables medios probatorios analizados no ha logrado probarlo”, sostiene

FUENTE: LA CAPITAL

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